Tres trazos: una introspectiva.
Actualizado: 24 jun 2020
Contaba De la Sota —en una conferencia, a propósito de la Residencia infantil de verano en Miraflores de la Sierra (1957)— que en otros tiempos, aquéllos ya lejanos en los que el ejercicio de la arquitectura era una labor casi de artesanía, los proyectos nacían sin prejuicios. Una arquitectura que nacía sin ataduras, alejada de las salpicaduras que produce el incesante golpear de las ilimitadas referencias y tendencias en ese océano que es nuestro pensamiento en el mundo actual. El proceso proyectual era un caminar libre en el que el lugar, el programa y el contexto esculpían una arquitectura que tenía sentido allí y en ese momento. Contaba, además, que en realidad no hay arquitecturas, sino que lo que verdaderamente hay son problemas, y cuando se soluciona un problema el resultado es una arquitectura. Y quizá sea eso lo que quiera ser este proyecto, esta escuela de esquí y alta montaña en Candanchú, una arquitectura como solución a un problema.
Tal vez, efectivamente, la referencia inicial sea precisamente eso de lo que hablaba De la Sota, el “nacer sin prejuicios”, enfrentarse al proyecto y que la única referencia posible sea la del lugar; que exista el lugar y nada más. Un lugar que plantea un problema a solucionar.
"Pues este problema es ése, el del clima, y el de que era una montaña, y no queríamos estropearla mucho con cualquier intervención nuestra."
Qué bonito resulta que todo nazca de “no querer estropear mucho una montaña”. De la misma manera, existe en mi proyecto un ejercicio de liberación de todos esos prejuicios, aunque aquí, quizá, debamos sumar algún que otro problema más. La imagen a la que uno se enfrenta al aproximarse a Candanchú, subiendo por la carretera, es la de un monstruo de mil cabezas devorando el paisaje que se traduce en una ciudad alzado que desfigura el lugar de la forma más salvaje. Pero de la misma manera, aquí es donde de nuevo, efectivamente en el problema, nace todo: ante esa ciudad alzado de la que hablamos la arquitectura que ´sale´ es la de un "no alzado" que, al igual que pretendían De la Sota y compañía —en la Residencia en Miraflores—, estropee lo menos posible un lugar ya de por sí estropeado. Al fin y al cabo, lo que quiere conseguirse es un edificio que parezca como si siempre hubiera estado ahí, antes incluso que todo lo demás.

El lugar de trabajo enfrenta las pistas de esquí desde la Calle Única, la carretera principal que atraviesa Candanchú y finaliza en la estación de esquí. La fotografía es la de una gran superficie asfaltada salpicada de coches de los turistas que llegan a Candanchú para esquiar, y todo lo que va más allá de tal acto deportivo queda relegado a un segundo plano. Al pie de esta carretera, en un vacío entre un edificio de apartamentos de los años 70 y un albergue, se halla el solar. La condición de gran pendiente que entre esta calle y otra situada a unos 30 metros más abajo, se convierte en un factor esencial que hay que incorporar en el proyecto. La gran pared montañosa que se alza, en este punto, enfrente de nosotros, será ineludiblemente el principal factor que habrá que introducir.


"Mairena entendía por folclore, en primer término, lo que la palabra más directamente significa: saber popular, lo que el pueblo sabe, tal como lo sabe; lo que el pueblo piensa y siente, tal como lo siente y piensa, y así como lo expresa y plasma en la lengua que él, más que nadie, ha contribuido a formar. En segundo lugar, todo trabajo consciente y reflexivo sobre estos elementos, y su utilización más sabia y creadora.
Es muy posible —decía Mairena— que, sin libro de caballerías y sin romances viejos que parodiar, Cervantes no hubiese escrito su Quijote, pero nos habría dado, acaso, otra obra de idéntico valor. Sin la asimilación y el dominio de una lengua madura de ciencia y conciencia popular, ni la obra inmortal ni nada equivalente pudo escribirse. De esto que os digo estoy completamente seguro."
Antonio Machado, Juan de Mairena, 1936


Dice Machado —en boca de Juan de Mairena— que Cervantes sin libros de caballerías nunca hubiese escrito El Quijote, aunque seguramente nos hubiera dejado una obra maestra del mismo valor, pero que sin la asimilación del lenguaje y el folclore popular jamás hubiera escrito nada parecido. A lo que cabría preguntarse si grandes arquitectos como Le Corbusier y tantos otros podrían haber proyectado todo lo que construyeron sin ese gran peregrinaje, ese viaje que les mostró la arquitectura nacida directamente de ese folclore del que habla Juan de Mairena. Probablemente no. Uno mira los dibujos que hizo Alvar Aalto en ese grand tour por el Mediterráneo y no es complicado percatarse que en obras posteriores, de alguna manera, se esconde el aprendizaje de esa arquitectura tan enraizada, tan verdadera del hombre. Concretamente, esta Casa de campo, señala Pallasma, que hay una clara anagolía con la Casa en Muuratsalo que construiría solamente un año después.
Mi camino en este trabajo debía, entonces, y casi de forma inconsciente, comenzar en el entendimiento y asimilación del lugar, de su arquitectura, de su paisaje y de sus gentes.
Había en las formas de aquellas casas un diálogo sincero con todo lo que las rodeaba. Las cubiertas de laja caían como cascadas por las laderas, derramándose delicadamente en la dibujada topografía. Sus calles eran de hombres y no de asfalto, porque la medida del ser humano se reflejaba en cada esquina, en cada ventana y en cada puerta. Las piedras apiladas bailaban con las montañas y en su proximidad, el monte se domesticaba para trazar tierras cultivadas, humilde reflejo del trabajo del hombre.
En el espacio parado y en el tiempo inmóvil de la plaza de ese pueblo del Pirineo un banco que crece como rama del muro de la casa da asiento a la conversación de tres hombres mayores. Ese banco es, acaso, lo que yo más quisiera poder alcanzar con este proyecto. Porque ese banquito insignificante guarda en la sencillez de su concepción el más sincero ejercicio de arquitectura. La persona que por aquella plaza pase encontrará allá el regocijo de poder detenerse con sí misma y con los demás, en aquel trocito de muro que decidió crecer a la medida del hombre.
Casi podríamos decir aquí que el edificio entero es un banco, un banco para Candanchú. La plaza que falta con su correspondiente banco. Y a los usuarios que algún día pudieren estar en tal edificio yo les digo: “vengan aquí, vecinos y visitantes, y siéntense, dejen el móvil en el bolsillo y tengan una conversación con las montañas de telón de fondo. Porque esto es a lo que el proyecto aspira, es lo que ha venido hacer. Que la quietud perdida en esta sociedad en constante movimiento encuentre aquí el consuelo. Queridos amigos, deténganse aquí, que hemos parado el tiempo”.
Más allá de estas inquietudes proyectuales, el edificio consta de tres cuerpos principales —traducido en tres cubiertas— que caen por la ladera y un eje las pone en conexión a través de una escalera. El primer nivel —o primera escala— responde al acceso y restaurante, el segundo —o segunda escala— al espacio deportivo, y el tercero —o tercera escala— al habitar. El acceso se produce por la planta superior, a través de un nuevo espacio público que dibuja un lugar más allá del asfalto de la carretera, y que pone en relación tanto el edificio de apartamentos y el albergue entre sí, como estos dos con el nuevo centro deportivo. Aparece este nuevo entorno a una cota inferior de la carretera con objeto de desinhibirse del trasiego de automóviles. Pese a la gran superficie que ocupa el proyecto, la imagen que uno percibe al llegar es la de un edificio que no está, y que solo se descubre cuando se aproxima a él. Desde las pistas de esquí, y en el paisaje nevado de invierno, el edificio pretende hacerse esfumar cubierto por esa sábana blanca, y únicamente se revela a través de las sombras generadas por las tres cubiertas.